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Que este libraco se llame Pequeña Historia del Trabajo es, en varios sentidos una humorada. En primer lugar porque como decía María Elena Walsh mientras dibujaba en el aire un cuadrado: la luna es redonda. Pero también porque es mucho más que una historia del trabajo.
           Este libro no necesita que el prólogo lo explique, ya que es elocuente por sí mismo, ni que el lector o el prologuista estén de acuerdo con cada una de sus afirmaciones, dado que no se propone adoctrinar sino inducir a reflexión. Augusto Bianco lo concibió y trabajó en él durante los años que siguieron al golpe de 1976. Es así un producto de la resistencia, individual y pasiva, de un hombre al que no lo pudieron. Un producto inteligente y bello, que condensa muchos años de estudio y meditación de un modo original y agradable. Bianco es un tipo de intelectual raro en este y en todos los países. No escribe para otros intelectuales sino para la gente común a la que supone la principal interesada en las reflexiones que desea comunicar. La colección de documentos, narraciones y manuales para niños y adolescentes que dirigió en la década pasada, tiene igual que esta Pequeña Historia del Trabajo la calidad pedagógica que sólo se consigue cuando se estimula la imaginación del lector con palabras e imágenes atractivas y se huye de la solemnidad y el aburrimiento como de la peor plaga. La fórmula no es muy distinta para una investigación periodística, un espectáculo deportivo o una obra de arte.
         Como anuncia Bianco en la tercera parte, es una obra de divulgación. Pero no se trata sólo de la vulgarización de conceptos ajenos. Aquí hay  también un pensamiento propio, una visión global de la sociedad humana y sus procesos de transformación. Supongo que este libro tiene más posibilidades de ser traducido y comprendido en otros países, que muchas obras eruditas pero repetitivas, de las que atosigan nuestra vida política y cultural. Sin embargo, y pese a que no hay referencias específicas a ningún país, creo que es un fruto típico de la Argentina de hoy.
        Aunque este no es un paraíso, el árbol del conocimiento está vedado a quienes mayor necesidad tiene de él. Me imagino la lectura de este libro como el encuentro feliz entre uno de los sobrevivientes de la generación del 70, que creyó en el futuro y fue aniquilada, y los chicos que recién despiertos de la lobotomía militar quieren todo, saben poco y no tiene nada. Por eso sugerí su edición a Contrapunto después de haber visto la primera parte, y lo recomiendo ahora concluido a los lectores.

Este pequeño libraco

Prólogos

imagen para prologos

Horacio Verbitsky (Periodista)

¿Qué decir de un texto que ya lo dice todo? Un texto que nos invita a pensar, pensando con nosotros. Lo extraño es que tengamos que ser invitados a pensar, cuando se supone que lo hacemos siempre. Pero solemos reproducir pensamientos constituidos, multiplicados, los bien o mal llamados lugares comunes. No es que no pensemos, pero en general pensamos que pensamos. Como dice Brecht, entre las dificultades para decir la verdad, está la esencial: colocar la verdad al alcance de quienes más necesitan de esa verdad. Justamente los que tienen más dificultades para pensar por su actividad cotidiana para sobrevivir por estar, en lo fundamental, ocupados en (re)producir las riquezas de otros. Los alienados, expresión fuera de moda, pero que de alguna manera lo dice todo. Alienar, entregar a otro lo que es nuestro, nuestra energía transformadora, transformada en productora de riquezas ajenas. Nuestra falsa conciencia, que piensa que piensa.
          Augusto Bianco no nos hace pensar, nadie nos hace pensar, en realidad. Lo que él hace, con gran maestría, es quitarnos las ilusiones de que podemos pensar con las cabezas e ideas ajenas. Nos ayuda a limpiar el campo para que el pensamiento ejerza lo que mejor puede hacer: desalienarse, reapropiarse de la realidad de uno mismo. Gracias, Augusto por esta invitación siempre oportuna.

Pensamos que pensamos

Emir Sader (Sociólogo)

Algunos interrogantes. ¿Existe una historia de todos Nosotros? ¿Puede haber una historia que integre a todas las culturas o se trata de una ilusión etnocéntrica denominada habitualmente Historia Universal? ¿Qué excepciones pueden presentarse al “todos Nosotros”? ¿No albergan las distintas culturas encrucijadas históricas absolutamente incomparables y heterogéneas entre sí? ¿No existen temporalidades diferentes, imposibles de unificar en un sentido último y cuya diferencia es relativa a las distintas geopolíticas a tener en cuenta?
           Sin embargo, estas preguntas, que como se puede apreciar, intentan relativizar la posible consistencia de una Historia Universal encuentran una respuesta contundente en esta Pequeña Historia de Todos Nosotros. Tanto la extensión planetaria del Capitalismo, que sin duda atraviesa con su orden a las culturas más diversas, así como también el dispositivo científico técnico, que domina el campo del saber y sus distintas competencias en todo el orbe, nos revelan que, sean cuales sean las diferencias culturales, la historia ha desembocado en una estructura donde se combinan y se articulan Mercancías y Saberes, y
donde independientemente de los centros privilegiados de dichas estructuras, sus efectos se padecen e intervienen a escala mundial. ¿Qué ha sucedido a lo largo de la historia humana para que esta convergencia entre Capital y Técnica, se fuese preparando a través de los siglos y lograra conquistar una potencia de expansión, transmisión y emplazamiento de las cosas, de los hombres y las mujeres y de los pueblos, realizándose como una Voluntad de dominación inédita? Una Voluntad de poder que problematiza seriamente el proyecto de emancipación humana. ¿Qué condujo al ser parlante, sexuado y mortal al orden del Capital y la Técnica? Esta pregunta obtiene su verdadero alcance si se tiene en cuenta que ya no puede haber un paso atrás, una vuelta a otro origen a un momento anterior al del Capital y la Técnica. Esos retornos no son más que espejismos narcisistas de salvación que eluden la cuestión política de nuestro tiempo, a saber: ¿puede el ser humano encontrar otra forma de habitar el mundo, otro modo de construir la realidad que las concebidas por las estructuras del Capital y la Técnica? ¿Cómo deben pensar los pueblos la historia acontecida para poder vislumbrar un nuevo lugar para la experiencia de la Verdad que no sea el producido por la circulación de la mercancía y su espectáculo actual. ¿Qué es el trabajo humano cuando
no rinde utilidad alguna, cuando no genera plusvalía, cuando se hace a pura “pérdida”? En definitiva, ¿qué actividad humana se puede concebir que no esté gobernada por la lógica del Capital? ¿Y cuál sería el discurso capaz de presentar una experiencia semejante? ¿Qué legados, herencias simbólicas permitirán aunque sea, conjeturar dichos discursos? Tal vez, esta “Pequeña historia de todos nosotros” pueda ser una invitación a afrontar este desafío.

Un desafío

Jorge Alemán (Psicoanalista)